jueves, 21 de julio de 2016

Mujer, ¡quédate en (santa) paz!

Tan pronto como abrimos los ojos por la mañana, pasamos al modo “tengo que” y cuando algo sale mal, tenemos un gran sentimiento de culpa

Mujer, ¡quédate en (santa) paz!


En nuestros enormes bolsos guardamos cuadernos con escritos hasta los bordes, llenos de tareas y planes por realizar, con la esperanza de que al final del día todo nos salga con éxito. Mal, si las cosas salen de otra manera.

“Otra charla pseudo intelectual”: seguramente, este tipo de pensamiento aparecerá en tu cabeza cuando empieces a leer este texto.

Con la creencia de que ya lo habías oído todo, volverás a tus tareas y seguirás pensando en lo que has hecho ya y en lo que tienes pendiente para hoy.

Entonces, todo empieza.Sentimos la presión de ser una buena madre, esposa, mujer con éxito, empleada del mes. 

Queremos ser todo esto a la vez. Queremos ser las mujeres a las que les va bien en todo.

Divididas entre las expectativas de los demás hacia nosotras y la brutal realidad, experimentamos una dolorosa decepción.

Una vida insuficiente
Si los demás disfrutan de sus vidas tan bien organizadas, ¿por qué a mí no me sale?

Leemos acerca de las mujeres que a una edad temprana tienen su propio negocio, desarrollan su gran plan de cada día a la perfección, e incluso cocinan la cena para sus hijos.

Preparan ellas mismas una cena de cuatro platos para sus amigos y tienen fondos para pasar sus vacaciones en un apartamento a las orillas del océano.

Tú, sin embargo, de nuevo llegaste tarde al trabajo porque te dormiste, no has acabado el proyecto, discutiste con tu marido, y el piso se parece a un hogar por el que pasó el huracán.

Esta situación tiene dos salidas: se puede disfrutar de una taza de café, relajarse después de todo el día de locura y pensar que después de todo, no pasa nada, o caer en la culpabilidad.

¿Qué es lo que elegimos normalmente? La segunda opción. Somos muy malas. No somos suficientemente hermosas, ni emprendedoras, ni organizadas, ni trabajadoras.

Nos convertimos en una bola de la frustración y decepción de nosotras mismas y de nuestras vidas. ¿Esta mujer exitosa que aparece en la portada de una revista nos lo reprocha? No, nosotras mismas nos hacemos daño.

Sé amable contigo misma
A veces, el único y nuestro peor enemigo somos nosotras mismas. Nos entregamos a la presión del perfeccionismo.

Tan pronto como abro los ojos por la mañana, me cambio al modo de “tengo que”. Tengo que hacer fotos para el blog, tengo que escribir un texto, tengo que planear mi vida para los próximos años, y cuanto antes abrir un negocio propio. Si no lo hago, se va a terminar el mundo.

Yo era todo un gran remordimiento caminando por el mundo, porque una vez más he fallado, porque no he dado de mí lo mejor. Como si lo que hago o lo que dejo de hacer, fuera lo único que demostrara mi valía.

No disfruto entonces de las cosas pequeñas como: una conversación con mi novio mientras tomamos el café por la tarde, el relajante y pausado paseo por las orillas del río Vístula, o visitar a la ciudad.
El sentimiento de la culpa suele ser mucho más fuerte. ¡Con qué frecuencia caemos en esta trampa! Conozco, sin embargo, una receta para nuestras exageradas demandas.

Desde hace algún tiempo, tan pronto como empiezo a ejercer presión tan poco saludable sobre mí misma, me digo, “Magda, basta”. 

¡Créeme, funciona! ¿De dónde ha salido esto? Hace poco leí un texto del profesor Victor Osiatyński:
Levantarse por la mañana, hacerse la raya en el pelo y “a paseo” o, con otras palabras, olvidarse de nosotros mismos. No repetirnos constantemente: tengo que esto, tengo que aquello, no subirse la barra demasiado ni hacer planes imposibles de cumplir.(…) Si una persona pretende lograr o planificar demasiado, se dará cuenta de que nunca estará satisfecha. O tal vez, para sentirse satisfecho, es suficiente limitarse a hacer sólo las cosas necesarias, justas, dignas, buenas, sin exigirse hacer más de lo que uno mismo puede lograr.
Cada vez que leo esto, recupero el equilibrio. Esto no quiere decir que no me tenga planificar, ni ponerme metas. Pero si en lugar de la perfecta cena, preparo sándwiches con queso, saco del horno un pastel quemado y no voy a tener fuerzas para trabajar por la noche, ¿tengo que pensar mal de mí misma?

Tengo derecho a sentirme mal, a estar cansada y triste.
No me convertiré de la noche a la mañana en la directora general de mi propia empresa ni en la madre perfecta de los futuros genios. Es un gran alivio cuando pienso que todo tiene su tiempo ¡y no tengo que hacerlo todo a la vez!

Por eso te pido, por favor, sé buena contigo misma. Mantén la calma.

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